DYLE Nº 11
Un buen antivirus ya no es suficiente
Cristina Mercader Juan
Universitat Autònoma de Barcelona · Centre de Recerca i Estudis pel Desenvolupament Organitzatiu (CRiEDO)
Resumen: Las tecnologías digitales están presentes en todos los aspectos de la vida: como en la formación, el entretenimiento, el trabajo o la participación ciudadana. Aunque los más jóvenes parecen dominar el uso de las herramientas, se debe revisar cuál es su situación en cuanto a la seguridad y privacidad, reflexionar respecto a la propia identidad digital y velar por un uso seguro de las tecnologías.
Palabras clave: seguridad, protección, identidad digital, privacidad, pensamiento crítico
“El alumnado hoy en día no tiene problemas con las tecnologías”. Cuántas veces hemos oído esta frase en la sala de profesores cuando se habla de las tecnologías digitales y su uso por parte de los chicos y chicas y… ¿Qué parte de verdad tiene? Según el INE (2020), en España, el 91,5% de los menores entre 10 y 15 años utilizan los ordenadores, el 94,5% utilizan internet y casi el 70% dispone de teléfono móvil. Con estos datos es imposible negar que los niños y niñas son usuarios habituales de las tecnologías y, aunque los datos no profundizan sobre los usos, es muy probable que a nivel instrumental sean capaces de emplearlas de manera ágil y con pericia. De hecho, diversos estudios han analizado los usos de las tecnologías digitales e internet según la generación – Baby boom, generación X, generación Y o Milenials y Generación Z- y han podido constatar como los propósitos y las formas de interaccionar son distintas (Escuela de Negocios y Dirección, 2016). Evidentemente, nos aproximamos de manera global a estos perfiles de generaciones, aceptando que no es así en todos los casos y siendo esta una manera de explicar los comportamientos generalizados. Un ejemplo sería la manera de comunicar de los más jóvenes, los cuales potencian la parte visual por delante del texto (imágenes, memes, gifs, filtros, pequeños vídeos…) así como la interacción constante en la red. Pero, la pregunta es, ¿les hace ello más competentes digitales? ¿Son los nativos digitales realmente competentes digitales?
La respuesta no es sencilla porque sería necesario considerar todas las dimensiones que componen esta competencia. La competencia digital es el uso de las tecnologías digitales de manera crítica, responsable y con confianza para trabajar y participar en la sociedad (Consejo Europeo, 2018). En este sentido, se habla del dominio de diferentes áreas, no únicamente habilidades instrumentales, que incluyen aspectos como el desarrollo de contenidos, la búsqueda, evaluación y gestión de la información, la participación en la ciudadanía, la interacción, comunicación y colaboración, el uso creativo de las tecnologías para resolver problemas (técnicos o no) y la protección y seguridad. A priori, la creatividad, la interacción y la comunicación parecen estar aseguradas en los jóvenes, pero ¿qué pasa con los aspectos de seguridad? Esta dimensión es un prisma complejo y con diferentes miradas a considerar, influyendo incluso en el resto de las dimensiones de la competencia y que en ocasiones pueden quedar implícitos en el trabajo en el centro educativo, con el riesgo de no estar realmente trabajados.
Nos referimos, entonces, a la seguridad en la protección de los dispositivos para evitar software intrusivo, seguridad respecto a la privacidad, la gestión de la identidad digital y seguridad en la gestión de la información recibida y compartida, así como su impacto.
Protección de dispositivos
Móviles inteligentes, tabletas, ordenadores, portátiles, televisiones inteligentes, consolas de videojuegos, ¡e incluso neveras inteligentes! El acceso a internet se ha multiplicado a la vez que lo han hecho los dispositivos que permiten su conexión. Hace 10 años, las recomendaciones de seguridad y protección indicaban tener un buen antivirus actualizado en el ordenador de casa (o el portátil para aquellos que tenían) y tenerlo en un espacio compartido. Ahora ya no es suficiente. No es suficiente porque la variedad de dispositivos dificulta el control y la actualización de los antivirus en todos los dispositivos. Así pues, se necesita aumentar las acciones preventivas: revisar las contraseñas y cambiarlas periódicamente, establecer control parental, tener bloqueadas algunas webs… de hecho, algunas herramientas automáticamente bloquean la entrada de mensajes que por su remitente o contenido son etiquetados como phishing o incluso bloquean el acceso a páginas web no seguras o categorizadas para mayores de edad. Evidentemente, estas y otras acciones son necesarias y han sido ampliamente especificadas en espacios como Internet Segura (s.f) donde se dispone de recomendaciones clave respecto a como emplear los diferentes dispositivos de manera segura.
Sin embargo, estas acciones deben ir acompañadas de la competencia del usuario respecto de como y por donde moverse con los diferentes dispositivos. ¿El motivo? Porque los cortafuegos no son infalibles, porque las páginas donde introducimos un perfil con nuestros datos tienen fallos de seguridad y porque la mejor defensa es un buen ataque (y si es por sorpresa, mejor). Todos y todas las usuarias de las herramientas digitales han de acercarse a los diferentes dispositivos con sentido crítico. ¿Por qué alguien que no me conoce me va a querer regalar un iPhone? ¿Qué probabilidad hay que siempre sea el usuario número 1000? ¿Es el azar o los astros responsables de que el producto que llevas dos días buscando, casualmente, está rebajadísimo en una página web donde no has comprado nunca? La mirada crítica implica preguntarse si tiene sentido que esto sea real y contrastar antes de actuar. Pese a tener todas las medidas de seguridad instaladas en los dispositivos (cortafuegos, antivirus, contraseñas, control parental, páginas bloqueadas) no hay mejor seguridad que el autoconocimiento y la mirada crítica.
Privacidad e identidad digital
Si preguntáramos a un grupo de diferentes generaciones qué significa la privacidad y la identidad, seguramente sus respuestas serían similares: intimidad, ser uno mismo, datos personales, lo que quieres solo compartir con los tuyos, tu personalidad… Ahora bien, si pidiéramos a ese mismo grupo ejemplos de qué contenido podemos compartir sobre nosotros en las redes es privado y cuál es público, seguramente veríamos más diferencias. La generalización y multiplicación de redes sociales en los últimos 10 años ha sido clave para este cambio de concepción. Para los jóvenes, documentar y compartir sus vivencias personales es algo que no consideran que invada la privacidad y, de hecho, forma parte de la expresión de su propia identidad, de uno mismo. En este sentido, la seguridad en cuanto a la privacidad no es tanto la consideración de qué debería ser privado y qué público sino ser conscientes de hasta dónde llega la información, con quién la estamos compartiendo y cuáles son las posibles consecuencias de ello.
Uno de los primeros ajustes técnicos que se deben hacer cuando instalamos una aplicación (no solo las de redes sociales, cualquier aplicación) es revisar las opciones de privacidad que hay. ¿Será público para todo el mundo? ¿Estoy mostrando información sobre mi ubicación? ¿Estoy compartiendo con la empresa a la que pertenece la app información personal (intereses, páginas web a las que accedo, me gustas en otras apps, conversaciones, fotografías…)? El foco está en conocer qué es lo que comparto y con quién, y relacionado con el punto anterior, qué pasaría si ello se filtrara o viera la luz de manera pública y general. Como ya se ha mencionado, las empresas tienen brechas de seguridad (más de las que a veces llegan a oídos de todos) y en ocasiones nuestros datos quedan expuestos. En este sentido, no solo nos referimos a contraseñas sino también a imágenes o datos de nuestra vida privada. Desde los centros educativos es importante trabajar hacia la reflexión respecto a qué queremos mostrar, a quién, qué estoy mostrando realmente, los pros y contras de hacerlo y qué pasaría si lo que muestro en privado ve la luz de manera pública. No es tanto vivir con miedo sino como tener consciencia de que la vida física y virtual es compartida y nuestra información corre de manera paralela. Al fin y al cabo, vida no hay más que una.
El impacto de la información
Los conceptos anteriores – seguridad y privacidad- tenían un claro foco en problemáticas más o menos tangibles o identificables. Podemos ser conscientes de las imágenes que compartimos, podemos saber si nos han intentado acceder a nuestra cuenta de correo (especialmente con Google, que nos envía estresado un mensaje cada vez que nos conectamos desde un dispositivo nuevo) o incluso si nos ha entrado un virus en nuestro sistema. Podemos tardar en saberlo, pero lo acabamos sabiendo, porque tiene consecuencias. En cambio, este tercer punto se refiere a un concepto de la seguridad más sutil que su identificación no es tan evidente ya que depende de una habilidad ya mencionada anteriormente: el pensamiento crítico. Un punto importante en la seguridad y que en ocasiones no se incluye de manera explícita en las guías o recomendaciones es el impacto de la información que compartimos y recibimos. La seguridad también es protegernos y proteger a los demás de la manipulación, las falacias y las noticias falsas. En este caso, un cortafuego no nos impedirá leer un tuit con una noticia falsa, o nuestra configuración de privacidad no evitará que en Instagram no nos aparezca un anuncio de un producto que estoy pensando en comprarme. En este último ejemplo, parece más fácil identificar porque la ética (y normativas) de la publicidad obliga a las empresas a identificarlas como tal: publirreportajes, spots, anuncios en las redes, product placement (el bote de Cola-Cao en Los Serrano, en primer plano, por ejemplo) … o al menos tradicionalmente era así. Hoy en día, esta línea es un poco difusa porque se ha conseguido obviar esta lógica proponiendo a personas con influencia que usen sus productos y los expliquen en sus cuentas personales.
Probablemente a pocas personas se les escapa que es una acción publicitaria, pero depende de lo convincente que sea la persona anunciando el producto o el poder de influencia que tenga, es una acción publicitaria que recibimos de manera algo más inconsciente. Aun así, las acciones publicitarias son más fáciles de identificar o de mirarse con una mirada crítica, porque sabemos que nos están intentando vender algo y ello nos activa el sentido crítico más fácilmente, pero no es tan sencillo cuando ese intento de manipulación es a través de informaciones dudosas o noticias falsas. Cabe señalar que cuando se mencionan las noticias falsas, habitualmente se vinculan al uso de las redes sociales porque la información corre muy rápidamente y sin verificar y se suele crear el efecto burbuja o cámara de resonancia (CCMA, 2017). Pero no es siempre así. Un usuario activo de las tecnologías digitales siempre está expuesto a la recepción de información interesada y un mecanismo que lo permite en muchas ocasiones es la aceptación de las cookies. Desde mediados de 2018, todas las páginas web están obligadas a solicitar al usuario que “permita las cookies”. Las cookies son paquetes de información que la página web recopila y que contienen datos del usuario. Los más habituales son la IP, el género, la edad, la raza, la ubicación o el navegador y sistema operativo empleado. Así pues, no son un virus o un programa espía que accede a toda la información de tu ordenador, pero sí que accede a aquello que das permiso cuando “aceptas” las cookies. Y, evidentemente, antes de aceptar las cookies, nos leemos que información recopila la página web… ¿verdad?
En todo caso, la problemática no solo está en la información que cedemos a las páginas web sino en las cookies de terceros – que también aceptamos – cuando algunas páginas web nos informan que nuestra información la compartirán con otras webs o empresas con las que no has interactuado directamente pero que tendrán también ese paquete de información. A partir de esa recogida de datos, quien los tiene, puede ofrecerte una información u otra considerando qué es lo que te interesa. Es decir, según lo que hacen o los intereses que tienen personas que coinciden con tu perfil (edad, zona, género, etc.) te ofrecerá unos anuncios, unas noticias, una secuencia de información u otra. A priori puede parecer positivo el hecho de disponer de una información filtrada según tus intereses, pero ello ya rompe con la idea de que la información que hay disponible en internet es neutra e igual para todos. Este encapsulamiento de perfiles puede colaborar a la reproducción de estereotipos y a fomentar extremismos si no somos conscientes que ese filtrado existe y que mi entorno es mi burbuja, no la realidad.
En este sentido, para velar por la propia seguridad en cuanto al impacto de la información es necesario desarrollar el sentido crítico respecto a la información que recibimos, compartimos y encontramos cuando hacemos una búsqueda. Pararnos a pensar, buscar alternativas y no aceptar por buena la primera búsqueda de Google. La seguridad con tecnologías digitales incluye necesariamente el pensamiento libre y sin manipulaciones.
En síntesis
Los diferentes aspectos revisados tienen como eje común la formación para conseguir el uso de la tecnología de manera segura. La educación de los menores no recae únicamente en un agente sino en todos aquellos que intervienen en su proceso de desarrollo y que interaccionan en los centros educativos: familia, entorno, profesorado, directivos y los mismos niños y niñas deben estar en sintonía para conseguir una formación integral respecto la seguridad con las tecnologías digitales. Es por eso que existen diversas guías y recomendaciones en las redes confeccionadas por diversas entidades y provenientes de estudios para facilitar la tarea a los agentes implicados. Un ejemplo de ello es el Decálogo para centros educativos, familias y jóvenes (Castro et al., 2014) donde se plantean recomendaciones específicas y diferenciadas para centros educativos, familias y los jóvenes con respecto a la colaboración entre agentes, la identificación de usos y abusos, la protección y la convivencia y el respeto.
Así pues, para poder trabajar estos aspectos de seguridad en los centros educativos es esencial que el profesorado y las direcciones no solo sean competentes digitales sino también competentes digitales docentes. La competencia digital docente no se limita únicamente al uso educativo de las herramientas sino también a la organización y gestión de recursos, el desarrollo profesional y la seguridad y el civismo digital, entre otros aspectos. En este sentido, los agentes educativos han de adquirir esta competencia para ser capaces de ayudar a desarrollar la competencia digital de su alumnado y prepararlos para participar de manera crítica y segura en una sociedad cada vez más digitalizada.
Finalmente, desde los centros educativos es necesario trabajar de manera integral los diferentes elementos de la organización para velar por la seguridad con tecnologías digitales de una manera integral. Desde los planteamientos institucionales sería bueno incluir esta perspectiva y acciones concretas en los rasgos de identidad y en el despliegue y concreción del curriculum. Respecto a las estructuras se debe focalizar en la formación de los agentes integrantes de la organización (profesorado, directivos/as, agentes sociales, familias) para conseguir desarrollar su propia competencia y asegurar el acompañamiento necesario; así como disponer de infraestructuras con software actualizado y revisado periódicamente. Por último, aunque no menos importante, desde el sistema de relaciones es necesario trabajar por una cultura y clima que permita el intercambio de ideas, proyectos y percepciones respecto la identidad digital del centro y de aquellos que lo componen, la concepción sobre la privacidad y las medidas de seguridad consensuadas
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