Revista sobre educación y liderazgo educativo DYLE Nº 26

DYLE Nº 26

Experiencias

Por un equilibrio tecnológico en las aulas

Toni Solano

Director del IES Bovalar, Castelló

1.- Un poco de arqueología TIC

Vamos a comenzar este artículo con una mirada histórica al mundo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en el aula sin ánimos de ser exhaustivos ni tampoco con intención de recuperar tiempos pasados, que nunca fueron mejores. Es necesaria esa visión diacrónica para entender mínimamente de dónde venimos y quizá poder fijar un horizonte hacia el cual dirigirnos.

No nos iremos demasiado lejos, solo hasta la aparición de internet y su uso más o menos regular en el ámbito educativo. Se podría decir que esto ocurre en los primeros años de este siglo. En 2006, cuando comencé a publicar sobre educación en mi blog Repaso de Lengua, los blogs educativos en España apenas eran un centenar y gracias a ellos se podían conocer algunos de los usos más extendidos de las TIC en el aula: actividades con documentos colaborativos, geolocalización, herramientas interactivas, proyectos multimedia… Se puede hablar de un entusiasmo educativo alrededor de las TIC, que ofrecían un universo de aprendizaje y de intercambio de experiencias que en aquel momento parecía ilimitado. Hasta aproximadamente el año 2010 pudimos comprobar cómo las TIC iban entrando poco a poco en las aulas. Sería engañoso decir que lo que se vivía en esa “blogosfera educativa” era reflejo de la realidad de los centros educativos: en la mayor parte de los casos, existía una trinchera tecnológica de docentes que experimentaban con las tecnologías educativas y que compartían en redes sus experiencias, una trinchera avanzada que suponía una mínima parte de lo que ocurría en las aulas reales, que, en su mayoría seguían sin dispositivos digitales y con conexiones precarias a la red. La aprobación en 2009 del Plan Escuela 2.0 supondría un punto de inflexión del que hablaremos más adelante. Mientras tanto, quienes tenían voluntad de usar las TIC en sus centros dependían básicamente de equipos directivos (o gestores privados) que manifestasen su preocupación por incentivar el uso educativo de las tecnologías y por conseguir medios y recursos para hacerlo. Eso o buscarse la vida por su cuenta. En esa época era habitual que esos docentes más innovadores se movieran para obtener el patrocinio de empresas, a través del uso de sus materiales, o de certámenes y concursos que les permitiesen adquirir tabletas o portátiles para sus clases, algo que la administración no parecía contemplar aún. También fue la época de esplendor de las asociaciones y encuentros de docentes innovadores, como Aulablog, Novadors y EABE, entre otros. Era el momento en el que los términos “innovación” y “tecnologías” parecían indisolubles; pero también, al final de esa década comienzan las voces críticas sobre el uso de las TIC en el aula.

2.- Los casos particulares de la digitalización escolar

Como decíamos arriba, en 2009 se aprueba el Plan Escuela 2.0, que pretendía dotar de portátiles a 400.000 alumnos y 20.000 profesores, además de digitalizar casi quince mil aulas solo durante el curso 2009/2010. Este plan ya nació con varios vientos en contra: aunque la intención era buena y muy necesaria, casi todos los expertos y quienes estaban usando las TIC en el aula coincidían en que la dotación de dispositivos sin una formación previa y sin unos objetivos claros a medio o largo plazo no iba a suponer las mejoras esperadas por la administración. Además, algunas administraciones autonómicas, concretamente Madrid, Murcia y la Comunidad Valenciana, rechazaron desde el principio participar en el plan, lo que nos dejó a algunos en la cuneta de la digitalización educativa. El plan siguió funcionando hasta el año 2012, en el que los recortes del gasto público se llevaron por delante la dotación y mantenimiento de dispositivos en aquellos territorios en los que se había llegado a implantar. Este plan puso en evidencia algunas cuestiones que ya se vislumbraban desde la trinchera TIC: no sirve de mucho utilizar la tecnología para hacer lo mismo que se hacía sin ella; no sirve de nada implantar la tecnología, si no se sabe qué hacer con ella; menos aún sirve sin proporcionar un entorno de aprendizaje en el que la tecnología sea relevante, lo que exige cambios en el currículum, en las metodologías, en los espacios e incluso en la jornada escolar. En aquellos años se produjo el boom de los libros digitales y las aplicaciones educativas, algo más relacionado con el negocio que con la educación. Conforme se iba comprobando en los claustros que ese uso de las tecnologías suponía más distracción que aprendizaje, la blogosfera educativa se iba deshinchando y sus miembros más destacados migraban hacia el incipiente mundo de las redes sociales, especialmente Twitter. Las tecnologías en el aula acabaron siendo un escaparate de pizarras digitales, apps educativas y libros interactivos en las ferias del sector. Y lo que es peor, la innovación educativa se confundió con la exhibición en redes de aparatos y aplicaciones vistosas. Algunos, desde Madrid, Murcia o la Comunidad Valenciana, seguíamos esa evolución con sentimientos encontrados de envidia, por no disponer de esos lujos, y de alivio, por saber que para nosotros el pinchazo de la burbuja no nos supondría ningún trastorno, como así ocurrió en otros territorios que vieron sus portátiles vendidos en mercadillos de saldo. Es importante recordar esto cuando se habla de la vuelta al libro escolar, porque hay muchas comunidades que nunca lo abandonaron, y algunas que sí lo hicieron, tuvieron que recuperarlo cuando el cierre de Escuela 2.0 los dejó sin fondos para mantener aquellos portátiles y tabletas. Tampoco olvidemos esto cuando más adelante hablemos del equilibrio tecnológico: mientras hay quien pide la retirada de pantallas de la escuela, centros como el mío han tenido que esperar a este pasado año 2024 para tener pantallas interactivas en las aulas o wifi corporativa, sin soñar siquiera con dispositivos de uso individual.

3.- El conservadurismo digital

Tras lo relatado arriba, es inevitable acordarse del refrán “de aquellos polvos vienen estos lodos” cuando vemos titulares como “movilización para retirar las pantallas y volver a los libros de texto”. No es fácil explicar todas las razones que se hallan detrás de este movimiento de retroceso en el uso de las tecnologías educativas. Una de ellas es sin duda la que subyace en lo que ya hemos contado: introducir portátiles y pizarras digitales para seguir con la misma metodología del libro de texto (explicación, ejercicios en clase y deberes para casa) es un error de enorme magnitud pedagógica y económica. Es más, en cuanto ha aparecido la Inteligencia Artificial a través de herramientas tan sencillas de usar como el ChatGPT, esta necesidad de prohibir lo tecnológico se ha acentuado aún más. Pero no es esto solo. La confusión entre innovación y tecnología ha convertido a bastantes docentes en principio proclives a la mejora de la práctica docente en apóstatas de todo lo relacionado con las TIC, confundiendo la parte por el todo, en un afán de no verse salpicados por los delirios de unos pocos. Porque hay que explicar que ese desembarco de tecnologías y apps (en algunos territorios, en algunos centros) ha traído consigo la aparición del profe tiktoker, del influencer comercial, del docente que confunde el aula con un escaparate de promoción personal, del docente que usa las tecnologías porque son modernas y no porque pueden ayudar a enseñar mejor. Ante este fenómeno, como decíamos, algunos renuncian a “innovar” en sentido amplio y se repliegan en posturas conservadoras de defensa del libro de texto, del cuaderno y de la escritura a mano. En este sentido, parece además que la defensa del libro de texto da por sentado que, a diferencia de las tecnologías o las aplicaciones digitales, esos libros “de toda la vida” son herramientas neutras, asépticas, meramente instructoras, sin intereses económicos, políticos o ideológicos detrás. Se olvida que son también productos comerciales con importantes sesgos en su elaboración y en la selección de contenidos. Productos comerciales que, además, imponen una visión única del currículo para todos, algo que choca con los principios de flexibilidad y adaptación al contexto que establece la ley.

En este destierro de las tecnologías, parece que de nada ha servido pasar por una pandemia que puso patas arriba el sistema educativo presencial y que requirió de ellas para sobrevivir: sin móviles, tabletas y conexiones a red, el cataclismo educativo habría sido aun peor. Aquel desastre parece no haber servido ni siquiera para reforzar la necesidad de una alfabetización digital íntegra, una alfabetización que, desde la Escuela, eduque en el uso de los dispositivos y también en el consumo, producción y difusión de contenidos desde ellos. Es como si la Escuela tuviese que convertirse en un reducto al margen de la sociedad, al margen de un mundo en el que la tecnología es omnipresente. El conservadurismo digital exige aulas libres de móviles y de pantallas, con una confianza ciega en que las familias sabrán educar a sus hijos e hijas en el buen uso de los móviles y las redes sociales. Para quienes no puedan o no sepan no habrá una escuela pública que se lo ofrezca.

4.- Hacia un equilibrio necesario

A la vista de esa evolución (revolución o involución, no sabemos bien), convendría sentar las bases de qué es necesario conservar, qué es necesario adaptar y qué es necesario desterrar en ese proceso de incorporación de las tecnologías en el aula. Como docente primero y ahora como director de un centro público con gran diversidad de alumnado, he podido vivir en primera línea ese desembarco tecnológico, su accidentada implementación y los retos y problemas que se van abriendo a medida que pasa el tiempo. Dispositivos y herramientas pasajeras, aplicaciones imprescindibles en poco tiempo desaparecidas, redes maravillosas que de golpe se convertían en amenaza… ¿Cómo hallar un equilibrio en ese mundo tan cambiante y lleno de incertidumbre? Ese equilibrio se debe basar precisamente en el desarrollo de las competencias, es decir, en el saber hacer exigido para cada asignatura. Hay cuestiones básicas que siempre van a estar ahí y para las que las tecnologías pueden suponer una mejora. Conviene recordar que no tiene ningún sentido utilizar un móvil, un ordenador o una aplicación para cualquier actividad educativa que pueda hacerse sin ellos alcanzando la misma calidad y el mismo aprendizaje. Entre esas tareas básicas se encuentran, por ejemplo, la búsqueda y selección de información, la síntesis y organización de esos contenidos, la exposición y difusión de las tareas y los aprendizajes y, por supuesto, cualquier otra herramienta que nos ayude en la resolución de problemas complejos propios de cada una de las materias del currículo.

En este catálogo de competencias básicas siempre vamos a necesitar las herramientas y dispositivos digitales destinados al tratamiento de textos, imágenes o datos. Es posible que el Power Point sea sustituido primero por Prezi y luego por Canva, es posible que todo ello desaparezca en pocos años, pero siempre será necesaria una herramienta para hacer exposiciones orales. Es posible que desaparezca Instagram o TikTok, igual que desaparecieron Tuenti o Ning, pero siempre será necesaria una herramienta con la que compartir en red tareas y consultas.

No podemos convertir los centros educativos en academias para adiestrar en el uso de herramientas y aplicaciones, ni tampoco pretender que el desembarco digital de cacharrería y aplicaciones sin límites ni propósitos claros vaya a mejorar por sí mismo la calidad educativa. El horizonte debe ser siempre el que marca el currículo, el desarrollo de las competencias, no solo las digitales, sino todas las que requieran el apoyo de la tecnología para dar respuesta a los retos de una sociedad en la que esa tecnología está plenamente integrada y en la que esos estudiantes de hoy tendrán que convertirse en usuarios críticos y responsables en muy poco tiempo. En esa línea, creo que es un gran error todo intento de prohibición tajante de dispositivos o de herramientas como las que surgen actualmente relacionadas con la inteligencia artificial: hemos de saber convivir con ello y educar en el uso responsable, porque esa es una de las tareas y compromisos que la sociedad ha depositado en la Escuela. Y educar es también saber poner límites y normas, educar es sobre todo ser consciente de los retos a los que nuestros estudiantes y nosotros mismos nos habremos de enfrentar en esta sociedad digital. Educar es encontrar el equilibrio entre el mundo analógico y el digital.

¿Cuáles son las responsabilidades de los centros y de las administraciones educativas ante ese equilibrio tecnológico? Por un lado, las direcciones de los centros deben supervisar y velar por el cumplimiento de esas exigencias del currículo, para garantizar que los estudiantes van a desarrollar adecuadamente la competencia digital y que van a ser usuarios autónomos y eficientes de las tecnologías en todos los ámbitos de su vida. Por otro lado, las administraciones deben equipar a los centros con todos los recursos necesarios para que se cumpla con lo anterior, facilitando el acceso a herramientas imprescindibles en la vida diaria, incluidos los dispositivos móviles, para salvar la brecha digital del alumnado vulnerable. Y, como ya dijimos arriba, esa dotación no pasa por llenar los centros de aparatos o por contratar suscripciones indiscriminadas a herramientas digitales: las administraciones deben confiar en las necesidades de cada centro, incluso en las de cada docente, siempre con un plan de actuación prefijado y con un compromiso de calidad, en el que se establezca que el uso de esos dispositivos o herramientas supone en verdad una mejora en el aprendizaje. Como educadores también hemos de ser conscientes de que la presencia sin control de esa tecnología puede ser un elemento distractor e incluso puede generar riesgos para los menores, pero hay que entender que ese mal uso ocurrirá de igual modo si proscribimos su uso en el aula, y que no hay mejor lugar para tomar conciencia de ello que en un entorno seguro y controlado como los centros educativos.

En virtud de todo lo anterior, y con la vista puesta en la gestión de un centro de secundaria como el que dirijo, en el que hay alumnado muy diverso de etapas obligatorias y postobligatorias, y con entornos sociofamiliares muy dispares, me atrevo a dar algunas pinceladas acerca de qué hacer para implementar las tecnologías sin caer en el abuso ni en el rechazo:

1.Establecer dentro del proyecto de dirección (y en el proyecto educativo, si es posible) objetivos claros referidos a la competencia digital del alumnado, profesorado y familias. Esto puede y debe ir en consonancia con los planes digitales de centro que algunas administraciones ya exigen en sus territorios. Esos objetivos han de tener indicadores de logro mesurables, con un calendario de implementación y consecución que todos conozcan. También han de contemplar un escenario realista, tanto en el horizonte como en la disponibilidad de medios y recursos.

2.Detectar las necesidades de equipamiento y de recursos relacionados con las tecnologías. Demasiado a menudo, las administraciones van por detrás de los requerimientos de la sociedad o del profesorado. Esto fue evidente cuando la pandemia de 2020 hizo necesarias las plataformas corporativas (correo, entornos virtuales, mensajería, etc.) y se comprobó que en la mayoría de casos eran insuficientes y poco eficaces. En este sentido, los equipos directivos han de tener una visión avanzada que permita al profesorado contar con las tecnologías que puedan necesitar, siempre en el marco del plan digital y el proyecto educativo de centro. No se trata de llenar el centro de tecnología, sino de habilitar aulas polivalentes en las que se puedan usar con normalidad los dispositivos que se utilizan a diario fuera de la escuela: móviles, ordenadores, tabletas, pantallas…

3.Formar y sensibilizar al profesorado para el uso educativo de las tecnologías, una formación que vaya más allá del uso de dispositivos y aplicaciones, y que incluya la alfabetización mediática, informacional y digital. Solo desde la formación del profesorado se puede alcanzar la competencia digital de toda la comunidad educativa.

4.Utilizar las tecnologías y las redes para mejorar la comunicación profesional, para establecer vínculos con las familias, el alumnado y con otros centros e instituciones, para reforzar la identidad del centro y de su proyecto educativo y promover el sentido de pertenencia y cohesión de la comunidad educativa, así como para difundir buenas prácticas y proyectos educativos, todo ello desde el respeto a la privacidad y mediante herramientas y aplicaciones que no supongan riesgos innecesarios.

5.Perseverar en los objetivos anteriores, incluso en los momentos en los que las circunstancias puedan invitar a desistir. En ocasiones, la gestión de la convivencia o la falta de recursos pueden llevar a pensar que las tecnologías en el aula son un elemento distractor o accesorio, pero es fundamental entender que no hay vuelta atrás en este ámbito y que nos corresponde como educadores hacer frente a ello desde la formación y el uso crítico.

Para finalizar, insisto en que es necesario para toda la sociedad que la Escuela no renuncie a las pantallas, a los móviles, a la inteligencia artificial, porque detrás de un buen uso de todo ello están las claves que nos permitirán abordar en el presente y en el futuro problemas sociales y personales como el ciberacoso, los bulos y la desinformación, los fraudes cibernéticos, las adicciones y apuestas online, la violencia sexual y la pornografía para menores, y otros males que solo se pueden resolver desde la formación y la sensibilización. ¿O acaso pensamos que el imperio del libro de texto acabará con todo ello?