Revista sobre educación y liderazgo educativo DYLE Nº14

DYLE Nº14

Columna

El peso de la cultura y la inclusión educativa

Dolores Pevida Llamazares

Presidenta Fórum Europeo de la Educación de Asturias

¿Nos ayudará la LOMLOE a repensar nuestra práctica docente?

Podemos definir la educación inclusiva como un concepto poliédrico en función de la dimensión desde la que la abordemos. Si nos posicionamos en la dimensión pedagógica concebiremos la inclusión como un principio educativo. Desde la perspectiva de la dignidad humana debemos considerarla un derecho común a todo el alumnado. Desde la óptica d ellos derechos humanos, la inclusión debe comportar una cuestión de valores inherentes al hecho educativo. Estas perspectivas de la inclusión como derecho humano modifican la manera de entender la educación y la “posición” de la comunidad educativa desde el punto de vista ético. Debemos repensar lo que significa “vivir juntos” y debemos recordar la responsabilidad ética en la tarea de educar, con la implicación no tanto de estar preparado para enseñar en inclusión como de estar disponible y ser responsable (Skliar, 2008).

Debemos visualizar y comprender la inclusión como un paradigma multidimensional y reflexionar en las comunidades educativas cómo lo materializamos en nuestra práctica docente. Tenemos presentes a Booth y Ainscow (2012) y nos referimos a la terna terminológica “culturas, políticas y prácticas”:

“Las políticas” aluden a las normas del centro, a los criterios organizativos que nos lleva y nos permiten el establecimiento de unas medidas y no otras. Nos referimos a la organización de grupos, espacios, gestión de apoyos, metodologías y también a la relación con la comunidad.

“Las prácticas” evidencian cómo convergen en el día a día organización y curriculum, cómo repercuten las metodologías y qué tipo de iniciativas se promueven.

“Las culturas” hacen referencia a la creación de un imaginario colectivo inclusivo. Para desarrollarlo y conseguirlo es necesario repensar muchos de los principios y valores que guían las decisiones que se toman en los centros. Estas “culturas” deben interpelarnos como profesionales de la educación, deben abrir una puerta a la respuesta a la diversidad, deben ofrecernos tolerancia social. Por ello, defender la necesidad de construir espacios de reflexión en los centros significa apostar por la inclusión. Efectivamente se trata de un proceso complejo y lleno de dilemas en torno a la toma de decisiones sobre nuestra identidad, objetivos que deseamos conseguir, el análisis de nuestro contexto, pautas de organización para hacer efectiva la participación de toda la comunidad educativa.

Estamos en un momento clave, en el que se nos presentan situaciones favorables para la transformación: una ley orgánica de educación (LOMLOE) en marcha. Unos currículos repensados y una necesidad de trabajar en el proceso de enseñanza/aprendizaje para conseguir desempeños.

Un trabajo colaborativo y sincero en las comunidades educativas en torno al desarrollo de las competencias clave pondría a “las culturas” en el lugar que se merecen para poder seguir dando pasos en la transformación de nuestras escuelas.

Es un camino de largo recorrido y vamos a ser optimistas pensando que el marco que la LOMLOE nos propone contribuirá a repensar nuestra práctica docente en el seno de las comunidades educativas.