DYLE Nº5

Educación pobreza y derechos humanos
Agustín Chozas Martín
Inspector de educación y profesor jubilado de la UCLM
La formulación de problemas en educación con frecuencia recurre a ciertas obviedades, de manera tal que pudiera parecer que el análisis y la discusión estuvieran de más… Caso evidente es el de la relación entre educación y pobreza.
Con todo, se hace preciso revisar algunos lugares comunes e intentar algunas clarificaciones necesarias. Primero, denominamos pobreza tanto a situaciones individuales como colectivas o, de mayor alcance, estructurales. Unas y otras, además, debieran estar siempre referidas a los contextos socioeconómicos en los que se dan y, cómo no, a las condiciones políticas.
Sostenemos, para iniciar el análisis, que las carencias en la nutrición básica, en la salud, en la educación elemental, en la desprotección, en la vivienda y en el vestido además de la pobreza monetaria configuran un cuadro de carencias graves multidireccionales.
Si ampliamos el mapa de necesidades a las que afectan específicamente a la infancia habría que sumar la fragilidad de los sujetos, la durabilidad de las mismas en zonas endémicas de pobreza, la transmisibilidad, la mortalidad y sus elementos coadyuvantes como el estado del agua potable, la escasez de la alimentación hasta llegar a la extrema gravedad del trabajo infantil, la crueldad, la violencia, los abusos de toda índole. Estamos ante una estructura permanente de los derechos del niño en amplios segmentos de la población mundial. De modo que hablar de bienestar infantil (desde la mera supervivencia hasta el desarrollo y la protección) se convierte en tantos casos en una mera e intolerable retórica, afectada por la fraseología general de los derechos humanos.
El resultado de este breve apunte no es otro que la figura dramática del “niño carente”, figura que es preciso analizar.
Las carencias ya señaladas arriba, en sus distintos grados (siempre y cuando las administraciones responsables tengan la voluntad de medirlas con procedimientos transparentes, como UNICEF ha señalado con insistencia, a la par que otras organizaciones) ponen en cuestión que el niño pueda ser entendido como “sujeto educativo”.
Al contrario, ha de sostenerse que, cuando menos, han de cubrirse las condiciones de la supervivencia primero. En caso, contrario, la escuela es un simple contenedor y queda reducida a un lugar asistencial que refleja bien un fracaso social de mayor transcendencia. Si niños y niñas viven en posiciones de radical desigualdad, en una organización familiar endeble, con unos progenitores que tampoco tuvieron oportunidad de educación, cabe preguntarse a qué queda reducida la institución escolar si no es a una unidad de rescate.
El ya conocido programa de las Naciones Unidas para el desarrollo humano estableció los índices para el mismo, así como los índices de pobreza y ni, en ningún caso ni en otro, la pobreza infantil verificada permite pensar en una “vida larga y saludable”, ni en la adquisición de conocimientos ni en un nivel decente de vida.
UNICEF acaba de hacer público un documento de referencia obligada: “Un mundo sin pobreza infantil. Guía de tareas para alcanzar los objetivos” (2019). Se trata de un texto muy fundamentado y con una importante argumentación empírica que, entre otras muchas aportaciones, concreta un repertorio tanto para objetivar los índices de pobreza como los indicadores de bienestar (pp. 93 y ss.). Puede deducirse que las carencias radicales que configuran la pobreza infantil se distancian de manera alarmante de valores del bienestar como la salud psicosocial o los patrones familiares consolidados o las condiciones de crianza, medio ambiente, educación o relaciones sociales y acentúan la situación de millones de niños en el mundo sin seguridad alguna, con hambre permanente y graves deficiencias de otras necesidades básicas.
La estructura envolvente de esta situación social está articulada en la desigualdad, marginalidad, en la exclusión no ocasional, en los niveles ínfimos de escolarización, por citar algunas categorías más evidentes.
Como se ha preguntado A. Cortina (2001:160): “¿Existe algún ser humano que haya producido en solitario los bienes de los que disfruta, sean muchos o pocos? “
A propósito de la profesora Cortina es justo referirse a su libro “Aporofobia” (2017) que da nombre propio a la pobreza, a sus problemas, al rechazo al pobre porque no aporta a la riqueza nacional o porque complica la vida confortable de los otros o porque atenta al bienestar lejos de la conciencia social o porque no es rentable y también porque impone una nueva obligación cívica a la educación, cual es construir la igualdad, nada más. O como ha escrito el economista Amartya Sean al definir la pobreza “como privación de capacidades” (2000:114 y ss.)
Se nos plantea, llegados a este punto, una cuestión imperativa: cómo pasar del niño “carente” al niño sujeto de la educación, como problema radical que habrá de tener, sin duda, respuestas locales, pero siempre en un marco de cambio de estructuras globales.
La pobreza actúa como un elemente estructural y determinante y, en consecuencia, condiciona la economía y la organización social en los diversos países del mundo. Igualmente la pobreza y los intentos de su erradicación comportan decisivos costes económicos inasumibles en muchos casos. Para atacar estas deficiencias se hace preciso plantearse de otra manera cómo los desiguales sociales pueden, aunque sea paulatinamente, tener acceso a las oportunidades de quienes tienen el capital humano suficiente para su desarrollo. O, en otros términos, cómo se plantea una educación necesaria, una cultura o una información o una disposición de las nuevas tecnologías para reducir los índices de marginalidad y exclusión.
A este respecto no deja de ser algo más que sorprenderte que el liberalismo más tenaz siga defendiendo que la pobreza es un hecho individual incurriendo en la más escandalosa de las inmoralidades cívicas, cuando, como ha escrito S. Giner (2012) sobre los imperativos morales, apuntando que las más diversas enunciaciones de los mismos coinciden (budistas, confucianos, cristianos, musulmanes, racionalistas ilustrados…) en la aspiración a tratar a los demás como nos gustaría ser tratados.
De una vez habrá que decir que la pobreza es la lacra más grave de los derechos humanos, que conculca los principios de todo humanitarismo y que, definitivamente, impide otro derecho social básico, el de la educación, el derecho a la diversidad, el derecho a otra escuela, el derecho a maestros preparados para atender a los desiguales como lo que son.
En el caso más concreto de las sociedades ricas el problema de la pobreza se hace más patente aún como un problema claro de desigualdad estructural, a la que añadir una fragilidad muy propia de lo que Bauman ha denominado “sociedades líquidas”, es decir, débiles a la hora de asumir responsabilidades y superar mezquindades ancestrales. De modo casi dramático, nacidos en sociedades hasta opulentas se ven en la mayor precariedad porque sus familias están por debajo de los mínimos de supervivencia. Puede añadirse otro agravante como es la carencia de mínimos morales lo que en la práctica significa dejar de lado responsabilidades sociales, sustituidas con frecuencia por ejercicios de cínica filantropía “ocupada”, para lavar imagen, en niños abandonados, delincuentes, sin familia, hundidos tempranamente en tráficos de toda índole.
Señala J. Estefanía (1996) que el temprano estado de bienestar como institucionalización de los derechos sociales se comprometió a la universalización de servicios como sanidad y educación. Bien pronto ganadores y perdedores de la segunda guerra mundial han venido a olvidar los pozos de pobreza infantil con los que coexisten sus riquezas.
Llegados a este punto de análisis condensado, el panorama tanto de la pobreza en la sociedad global como su repercusión brutal tanto en las posibilidades de supervivencia, primero, de niñas y niños como de sus probabilidades de acceso a una educación siquiera sea elemental se aleja cada día.
A pesar de ciertos niveles de evidencia, intentamos ahora apuntar algunas ideas que quieren responder al mapa descrito.
1.- Si la pobreza no se atenúa, cuando menos, la educación de los niños, si lo es, será tan frágil como volátil
2.- La pobreza es radicalmente un problema de los Estados y también y no menos de la sociedad civil y de las conciencias
3.- Los niños carentes no pueden estar acogidos en la escuela: necesitan un trato desigualmente positivo
4.- Las carencias infantiles no pueden generalizarse a modo de nube extendida: la carencia hasta la más radical tiene muchas caras y necesita, por tanto, de respuestas diversas
5.- Primero ha de abordarse la mortalidad infantil por aguas insalubres y diarreas, la polio, el ébola. No tiene sentido la presencia del niño en la escuela sin la seguridad del agua potable detrás
6.- Las sociedades blandas acostumbran a tapar las durezas de la realidad. En el caso de la pobreza más aún: comporta riesgos, introduce el miedo y la inseguridad
7.- No podemos seguir hablando de pobreza sin mapas verificables de la misma. Las generalidades y las imprecisiones son una buena coartada
V. Camps (2001) ha escrito con acierto, y viene al caso, que ya Francisco de Vitoria en el s. XVII reclamaba los derechos de “sociabilidad” como ampliación y especificación del campo protector de la vida.
En otro lugar, (Chozas, 2004) he argumentado con detalle la necesidad de revisar la retórica y la solemnidad de la declaración universal de derechos humanos a favor de una determinación de las necesidades básicas que han de ser satisfechas por el mero hecho de tratarse de un ser, el niño, que accede a la vida. El cambio propuesto no es en modo alguno terminológico sino de carácter político y jurídico.
Pese a tantas dificultades, algunas señaladas, existen movimientos positivos en busca de fórmulas estructurales, concretamente en el campo de la economía que faciliten soluciones globales a problemas endémicos como la pobreza. Es el caso, por ejemplo de la denominada economía del bien común, la economía social y solidaria, la economía colaborativa, etc. En el caso de la primera, su patrocinador el austríaco Christian Fleber (2015) promueve una gestión de la riqueza basada menos en la competencia y más en la cooperación, en la confianza, en la solidaridad y responsabilidad y en la compasión.
En la dirección de búsqueda de alternativas a las situaciones graves de pobreza, abandono y exclusión, acaba de aparecer el Informe del Observatorio Social de “la Caixa” Reforzar el bienestar social: del ingreso mínimo a la renta básica (2019). Se trata de un trabajo dirigido y coordinado por el profesor J. Sevilla que bien merece capítulo aparte al abordar los graves problemas de desigualdad y pobreza, los impactos de la revolución digital, las posibilidades de libertad y educación y las alternativas que pueden representar tanto los ingresos mínimos como las rentas básicas ( hasta el ultraliberal Hayek se refería al deber moral de los Estados de proteger al ciudadano ante las graves privaciones) y una modificación sustancial del mapa de protección social.
Otras referencias a tener en cuenta: Observatorio empresarial contra la pobreza. Informe “Tecnología con propósito. El impacto social de la empresa en la era digital”. 1. Cuarta revolución industrial y desigualdad (2019:14)
Igualmente el “Estudio comparado sobre la situación de la población gitana en relación al empleo y la pobreza, 2018”, Fundación Secretariado Gitano (2019: 27 y ss.)
La Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible, de la ONU, dedica el capítulo 1 ( pág. 9 y ss. ) a la prioridad primera como es poner fin a la pobreza y continúa con otros temas convergentes como el hambre, el agua y el saneamiento, las desigualdades o el consumo responsable.
La reciente concesión del premio Nobel de Economía 2019 ha puesto de actualidad otra perspectiva del problema, que no cabe ya en los límites de este trabajo: “Repensar la pobreza: un giro radical en la lucha contra la desigualdad global “(2012), libro de dos de los autores premiados, Esther Duflo y Abhijit Banerjee.
Finalmente, las limitaciones propias de este artículo obligan a dejar pendientes algunas preguntas muy inquietantes:
¿Es tal la escasez de agua que genera hasta una nueva denominación como la de “pobres de agua?
¿Por qué se separan los discursos de la desigualdad y la pobreza?
¿Es posible legitimar de un modo u otro la existencia de la pobreza? ¿Es explicable la tibieza de las éticas cristianas ante la pobreza?
¿Podemos soportar con la paciencia de Job la existencia de las denominadas “élites extractivas” que dominan el poder con absoluta arrogancia cuando conculcan sistemáticamente el “derecho humano a tener derechos” (H. Arendt)?
¿Y qué hacemos con la falacia de que la pobreza conduce a la exclusión cuando es el mejor ejemplo de exclusión?
Otra falacia más: ¿Todavía hay que disimular ante el capitalismo salvaje que el tercer mundo está ya en el primero?
Si dependemos de las circunstancias, ¿por qué no las humanizamos?
¿Por qué decimos ayuda cuando debiéramos decir devolución?
REFERENCIAS
Campos, V. (2001). Una vida de calidad, Barcelona, Ares y Mares
Cortina, A. (2001). Alianza y contrato, Madrid, Trotta
Cortina, A. (2017). Aporofobia, Paidós, Barcelona
Chozas, A. (2004). Los derechos humanos como práctica y necesidad social, Praxis Sociológica, 8, Facultad de CC. Jurídicas y Sociales, Universidad de Castilla-La Mancha, Toledo
Fundación Secretariado Gitano (2019). “Estudio comparado sobre la situación de la población gitana en relación al empleo y la pobreza”, 2018
Giner, S. (2012). El origen de la moral, Barcelona, Península
Fleber, Christian. (2015), La economía del bien común, Bilbao, Deusto
Observatorio empresarial contra la pobreza (2019) .Informe: “Tecnología con propósito. El Impacto social de la era digital”
Observatorio Social de “la Caída” (2019). Informe: “Reforzar el bienestar social: de ingreso mínimo a las rentas básicas”. Coordinación y dirección: J. Sevilla
ONU (2016).”Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible “
Sen, A. (2000). Desarrollo y libertad, Barcelona, Planeta
UNICEF (2019). Un mundo sin pobreza infantil. Guía de tareas para alcanzar los objetivos,