Revista sobre educación y liderazgo educativo DYLE Nº 24

DYLE Nº 24

Columna

Crónica: La escuela después de la DANA en Paiporta

La mañana siguiente a la DANA, la escuela parecía un escenario detenido en medio de un caos. El panorama era diferente al habitual. Las huellas de la tormenta estaban por todas partes: una capa enorme de lodo ocupaba el patio, los accesos estaban bloqueados por enormes pilas de vehículos destrozados, y una brisa húmeda impregnaba el aire, llevando consigo un característico olor de tierra mojada.

Todas las aulas del centro habían sufrido daños. Las ventanas no resistieron la fuerza del viento, la mayoría de los libros y materiales educativos habían desaparecido arrastrados por el agua y los pocos que quedaban estaban empapados. Las paredes tenían manchas de humedad, y los pupitres, muchos de ellos diseminados por el patio y los exteriores cercanos del centro, estaban cubiertos por una fina capa de polvo de agua y barro. El patio del colegio, tenía una capa de medio metro de lodo, lleno de vehículos destrozados y repleto de mobiliario, material educativo, utensilios y maquinaria de la cocina… lo más parecido a un espacio de conflicto bélico que jamás hubiéramos imaginado. Sin embargo, lo más impactante era el ambiente: un silencio extraño, como si la escuela, normalmente llena de risas y voces infantiles, aún procesara lo sucedido.

Cerca de 40 personas, incluida la familia del conserje, pasaron allí la noche, en el aula de música del segundo piso, aterradas y temiendo por si vida. Era evidente que aquel día no sería de clases normales. Más que lecciones, la prioridad era devolver al colegio un sentido de orden. Pero los primeros días las necesidades del municipio y de la ciudadanía eran otras bien distintas, aún más vitales.

Durante esas primeras semanas, el colegio pasó a ser un centro logístico donde se repartían alimentos, ropa, productos de primera necesidad, medicamentos y se proporcionaba atención sanitaria primaria. Posteriormente fue ocupado por la UME (Unidad Militar de Emergencias) como centro de operaciones. Solo tres días antes de la reapertura, pudo acceder el profesorado para organizar las clases en el colegio.

El primer paso sería garantizar que los espacios estuvieran seguros antes de volver a la rutina y poder reconectar. No se podía ignorar lo que había pasado. Era necesario que los niños expresaran cómo lo vivieron, que dibujaran, que escribieran y que hablaran de lo sucedido La escuela es su segundo hogar, y había que devolverles esa sensación de seguridad.

El pasado 5 de diciembre y de una manera muy precaria, se retomaron las clases. Con el edificio de infantil clausurado, casi sin mobiliario, sin servicio de comedor, sin servicio de sistemas informáticos en la secretaría, ni internet ni teléfono en el centro, sin impresoras ni fotocopiadoras… pero con mucha ilusión, se dio la bienvenida al alumnado acompañados del ejército y de la UME. Aunque las marcas de la DANA eran evidentes en los muros y en el patio de la escuela, los niños mostraban una capacidad sorprendente para adaptarse, para encontrar en el desastre una nueva historia que contar. Era necesario centrar las clases en la gestión de las emociones y en la salud mental del alumnado dejando de lado los contenidos educativos.

Al finalizar el primer día, el colegio seguía en proceso de limpieza, pero había recuperado algo de su esencia: las risas resonaban en los pasillos, los profesores compartían ideas para las próximas semanas, y el alumnado volvía a llenar el espacio con vida. La DANA había dejado su huella, pero también había revelado algo importante: la fortaleza de una comunidad que, incluso en los momentos más difíciles, sabe reconstruirse.

Dos meses después del fatídico 29 de octubre y una vez finalizado el primer trimestre del curso escolar en la Comunidad Valenciana, algunas familias siguen mirando con preocupación el estado de su escuela. Las conversaciones entre ellas todavía giran en torno a las inundaciones en el municipio, las pérdidas materiales y la incertidumbre sobre cómo avanzar. El pabellón de infantil continúa inutilizado, todavía falta mucho mobiliario por recibir, la cocina sigue inoperativa, somos incapaces de distribuir la voluminosa cantidad de donativos que seguimos recibiendo… Es obvio que tenemos una enorme cicatriz que tardará mucho en sanar.