DYLE Nº8
Resiliencia y cooperación ante el COVID 19. Relato de una directora
Raquel Álvarez Fernández
Directora del IES Rosario de Acuña de Gijón
Ya estaba aquí de nuevo agosto. Una quiso pensar, con rutinaria inconsciencia: “por fin, las anheladas vacaciones, por fin el tiempo de descanso, de relax, de playa o montaña…” Pero este verano de 2020 (primer año de pandemia), trajo consigo, para los equipos directivos de los centros educativos sensaciones muy distintas: más incertidumbre, ansiedad y preocupación ante el nuevo curso.
Es verdad que tanto mi cabeza como mi intuición femenina me decían que nada podía ser peor que lo vivido en marzo después del estado de alarma, pero, aun así, parecía claro que los tiempos difíciles, a pesar de algunos anuncios oficiales demasiado optimistas, no se habían acabado.
Los equipos directivos de los centros educativos (en nuestro caso un Instituto de Educación Secundaria asturiano, el Rosario de Acuña de Gijón), emprendimos el laborioso trabajo de planificación habitual de todos los meses de junio y julio bajo la premisa de que, más o menos, al comienzo del nuevo curso todo volvería a bajo control: establecimiento del número de grupos en función de la elección del alumnado, creación de los grupos heterogéneos atendiendo a criterios pedagógicos, distribución y atención del alumnado NEE y del alumnado NEAE, la consideración de las informaciones facilitadas por los colegios… Y una vez terminado ya ese trabajo, al llegar por fin a los merecidos días de vacaciones, ya empezábamos a entrever los nubarrones que iban a amenazar la rentrée de septiembre.
El conjunto de la sociedad no acababa de librarse del insidioso virus y la educación, uno de sus sistemas más sensibles, seguía estando igualmente bajo su amenaza. Repusimos las fuerzas que pudimos con la sospecha de todo aquel trabajo de organización llevado a cabo y en el que habíamos invertido tantas horas estaba completamente en el aire, en suspenso, y que muy probablemente, iba a resultar inútil.
Y por fin, a finales de agosto, nos llegaron las primeras instrucciones. En resumen, había que priorizar los criterios sanitarios preventivos en detrimento, si fuera necesario, de los pedagógicos. Eso suponía de facto tirar a la papelera todo el trabajo hecho y empezar otra vez a replanificar todo de nuevo a partir de los nuevos supuestos de organización del curso. Las jefaturas de estudio de todos los centros educativos tuvieron que poner en pie y en muy pocos días toda una nueva organización del curso.
Y todo ello cumpliendo, además, con las numerosas medidas de seguridad que nuestra Consejería nos iba haciendo llegar: aforos máximos de aulas, distancia mínima entre pupitres, uso obligatorio de mascarillas, geles hidroalcohólicos en cada aula, limitación de movimientos de alumnado… Cosas que nadie nunca había tenido que hacer antes, ayudados por unas orientaciones muy escasas y sin saber muy bien por dónde empezar.
Esos primeros días de septiembre estuvieron llenos de muchas horas de dudas, de interrogantes y de incertidumbres, con la sola guía nuestro sentido común y con la angustia de que, a pesar del acertado retraso en el inicio del curso, éste se acercaba a toda velocidad sin dejarnos tiempo para tener todo a punto.
Y hubo sobre todo que ponerse manos a la obra y tomar muchas decisiones: organizar grupos con una ratio menor, establecer por primera vez en nuestro centro dos horarios distintos (uno para los pequeños hasta 3º de ESO y otro para 4º de ESO y Bachillerato), hacer grupos puros (todo el alumnado bilingüe de un mismo nivel, junto en un grupo) y pensar en la semipresencialidad para algunos niveles, colocar mesas y sillas a distancia, adecuar espacios para los nuevos grupos que siempre habían sido aulas materia (el aula de música, la biblioteca, el aula de Plástica, etc.), pintar los patios con zonas separadas para los recreos, reservar un aula de aislamiento para los casos sospechosos… Y todo un largo etcétera que, en nuestro caso, debía desarrollarse en un centro educativo que siempre anduvo muy escaso de espacio al ocupar un edificio pensado en un principio para albergar un colegio de Educación Primaria con mucha menor población estudiantil.
Pero aún hay más. Hubo que llenar el centro de señales: circuitos de circulación, pasillos con líneas rojas, flechas, prohibiciones, itinerarios… (como si fueran las pistas de un aeropuerto), recordatorios del uso de mascarilla y del lavado de manos, encargar mamparas para secretaría y conserjería, establecer nuevos canales de comunicación… Nosotros que siempre habíamos tenido las puertas abiertas a cualquier miembro de la comunidad educativa, ahora teníamos que gestionar peticiones de cita previa.
Creímos necesario informar en todo momento a la comunidad educativa de las decisiones que íbamos tomando con la mejor intención, sabiendo que lo que hoy era blanco, mañana podía ser negro. De hecho, varias reuniones de la Comisión Coordinación Pedagógica terminaron igual: “Esto es lo que os podemos decir a fecha de hoy, pero quizás mañana os tengamos que decir otra cosa”.
Tenemos que agradecer y reconocer el enorme trabajo y la magnífica disposición del profesorado, del personal de secretaría y de conserjería, así como del personal de limpieza que nos brindaron en todo momento su ayuda incondicional para lograr que el alumnado encontrara a su regreso un espacio de aprendizaje y de socialización lo más seguro posible, dadas las circunstancias.
Y por fin llegó el día de demostrar que todo ese trabajo, toda la preocupación y, por qué no confesarlo, que todas las horas de insomnio habían servido para algo: el día 28 de septiembre pudimos recibir a nuestro alumnado con el centro debidamente preparado.
Fue un día muy emocionante en el que los integrantes del equipo directivo nos sentimos muy gratificados al comprobar el respaldo del conjunto de la comunidad educativa y el reconocimiento de la labor desarrollada. Sin la participación de toda esa comunidad el comienzo de las clases y el desarrollo de este curso no hubiera sido posible.
En esos días y ante el progresivo deterioro de la situación sanitaria, es verdad que muchos auguraban que el centro no aguantaría abierto más de dos semanas, pero, con mucho esfuerzo, hemos conseguimos salir adelante. Los chicos y chicas del Acuña, como ellos mismos dicen, estaban asistiendo a sus clases con regularidad y los cursos semipresenciales, aunque con las dificultades y las dudas esperables, iban poco a poco engrasando su funcionamiento.
Y así, fueron ido pasando las semanas. Las reuniones con las familias por TEAMS funcionaron razonablemente, el alumnado volvió a usar las herramientas informáticas ya empleadas en la primavera pasada y, poco a poco, sentimos que nuestro centro era como un avión que, tras conseguir despegar, volaba en mitad de un temporal sin demasiadas turbulencias.
Es verdad que durante este primer trimestre la gestión del día a día del centro ha sido más intensa que en cursos anteriores y es inevitable en este punto decir algo de la carga burocrática y de gran cantidad de documentos que hay que elaborar para todo y en todo momento. Esa carga nos obliga en muchas ocasiones a dedicar más horas a los papeles que a las personas. A este respecto no sólo hubo que presentar debidamente la habitual Programación General Anual (PGA), también hubo que elaborar un novedoso “Plan de contingencia”, un muy técnico “Plan de digitalización” así como un ajustado “Plan de formación”. Este trabajo añadido sin embargo no ha impedido que planificáramos y solicitáramos a su vez proyectos para mejorar nuestro centro: proyectos dirigidos a compensar las desigualdades, a disminuir la brecha digital y a favorecer la equidad dando a cada uno -mucho más en estas difíciles circunstancias-, aquello que necesita.
El alumnado siempre es la razón de ser de cualquier centro educativo y sin duda merece que se les asegure una enseñanza de calidad y que se intenten compensar las desigualdades económicas, sociales y culturales de partida. Como equipo directivo entendemos y concebimos nuestro centro como un lugar donde no sólo se aprendan nuevos contenidos sino también habilidades para afrontar la vida, para relacionarse mejor, y también como un espacio donde pueda contar sus problemas y dificultades, comunicar su estado emocional, un ámbito amigable más allá de lo estrictamente académico y en donde siempre haya alguien dispuesto a escucharle.
He intentado referir en este texto -quizá con las impresiones y sentimientos aun todavía demasiado a flor de piel-, cómo fue nuestra particular experiencia de estos últimos intensos meses, aunque me consta que cosas muy parecidas o situaciones incluso peores han sido vividas por todos los equipos directivos de los institutos y colegios a lo largo y ancho de todo el país.
Estoy segura de que, con mayor o menor acierto, la inmensa mayoría de las personas implicadas de un modo u otro en nuestro sistema educativo hemos trabajado lo mejor que sabemos y podemos para, entre todos, mantener durante los primeros meses de este complicado curso los centros abiertos, seguros y con el menor número de incidencias posible.
Estos meses de desaliento, preocupación y trabajo, no han sido tan negativos como pueden parecer, han puesto en primer plano grandes ideas: la importancia de la escuela como espacio de relación, el poner el énfasis en el estado emocional, el compensar la brecha digital, la colaboración como éxito escolar…
Y, por tanto, ha sido un aprendizaje en todos los sentidos. Como dice Howard G. Hendricks: “La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón”