DYLE Nº 12
La escuela a la sombra del volcán
Cristo M. Hernández Gómez
Jefe de estudios del IES Andrés Bello. Profesor asociado de Didáctica de las Ciencias Sociales. Departamento de Didácticas específicas. Universidad de La Laguna
“La erupción ha terminado”, con estas palabras, el Consejero de Administraciones Públicas, Justicia y Seguridad del Gobierno de Canarias, D. Julio Pérez, responsable del Plan PEVOLCA, comunicaba de manera oficial el ansiado cese de la actividad volcánica en Cumbre Vieja (La Palma). Esto se producía durante la Navidad de 2021, 85 días y 8 horas después de que un edificio volcánico con múltiples bocas alineadas a lo largo de varias fisuras, comenzara a crecer en la localidad de Cabeza de Vaca. Las imágenes dieron la vuelta al mundo por su espectacularidad, por su interés científico y por su capacidad destructiva.
El flujo lávico había cesado diez días antes de la rueda de prensa, la deformación del terreno había remitido completamente y la actividad sísmica se había reducido de forma muy significativa. Sin embargo, la emisión de gases continúa y, por tanto, la situación de emergencia no ha llegado a su fin. La ciudadanía de La Palma debe mantenerse en alerta, a riesgo de normalizar dicho estado, después de vivir una pandemia y un colosal incendio que han golpeado sobre el mismo clavo, como consecutivas plagas bíblicas.
El volcán ha construido y destruido a la par, hasta el punto de que no es fácil reconocer este sector de la isla palmera. Sobrecoge el nuevo paisaje integrado por un imponente edificio volcánico de 6 cráteres, con 1131 metros de altura sobre el nivel del mar, 200 más que la topografía preexistente, además de 1219 hectáreas cubiertas por coladas, cuyo espesor medio alcanzó los 12 metros, con puntos en los que se registraron espesores de hasta 70 metros, así como un inmenso manto de cenizas y 48 hectáreas de tierra nueva, configurada por los dos deltas lávicos que ampliaron el litoral. Es un paisaje negro, agreste, vacío, todavía humeante. En Canarias, a las coladas de este tipo las llamamos malpaís. Debajo ha quedado sepultado el pasado: barrios y localidades enteras, total o parcialmente destruidos, inmuebles, infraestructuras agrarias, parques, plazas, cultivos, carreteras, caminos, algunos colegios, en suma, los referentes espaciales, la vida, los recuerdos de mucha gente.
A quienes vivimos en Canarias no se nos escapa la naturaleza volcánica del Archipiélago. El volcán es nuestro paisaje cotidiano, es protagonista de nuestros relatos, del folklore, es seña de identidad. A pesar de lo cual, creo que no me equivoco al afirmar que Cumbre Vieja ha conseguido que tomemos conciencia plena de lo que significa vivir en un territorio de volcanes. Probablemente, nuestros abuelos y nuestras abuelas que experimentaron la erupción de San Juan en 1949, precisamente en la misma región de la isla, también lo aprendieron, pero en medio nos habíamos olvidado.
Desde la perspectiva de un docente, es este el hilo con el que me gustaría hilvanar las reflexiones que siguen: ¿cómo reacciona la escuela cuando la realidad golpea como lo ha hecho ahora? ¿Contribuimos desde el sistema educativo a conformar una ciudadanía resiliente con capacidad para sobreponerse? Y al mismo tiempo, ¿es la escuela un espacio para cultivar la salud emocional cuándo se necesita?
Cinco municipios vivieron de forma directa los efectos de la actividad volcánica: El Paso, Los Llanos de Aridane, Tazacorte, Tijarafe y Puntagorda. En este territorio, un total de 23 centros docentes de Educación infantil, primaria y secundaria y más de 5000 estudiantes se vieron afectados por la erupción. Algunos de los colegios, incluso, sucumbieron bajo el avance de las coladas, ante la mirada del profesorado, el alumnado y las familias. Una vez más, se volvió a interrumpir la actividad lectiva presencial a lo largo de varias semanas. La experiencia acumulada durante el Estado de alarma y la familiaridad del alumnado con las tecnologías digitales, sin duda, jugaron a favor. En el mes de noviembre, un periódico local publicaba que los daños en las infraestructuras educativas ascendían ya a 12,5 millones de euros. Estos se podían contabilizar, los del alma no.
En la medida de lo posible había que arañar la normalidad. La situación sanitaria demandaba aulas abiertas y ventiladas, las emanaciones de gases de la erupción, por el contrario, hacían recomendable cerrarlo todo y mientras, desde cualquier esquina, no se podía dejar de mirar al volcán, siempre despierto, siempre rugiendo, siempre presente.
La Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, la de Administraciones Públicas, Justicia y Seguridad, la de Sanidad y la de Transición Ecológica, Lucha contra el Cambio Climático y Planificación Territorial actuaron de manera conjunta, lo más rápido posible, para ofrecer a la comunidad educativa de la zona afectada un Plan de actuación en el ámbito escolar ante las emisiones de la actividad volcánica.
Se trataba de un documento virtual cuya finalidad era guiar a los centros escolares, a través de sus equipos directivos, en la toma de decisiones para proteger la seguridad de las comunidades educativas, en función de la calidad del aire y evitar la exposición a niveles contaminantes que pudieran impactar negativamente. El documento incorporaba acciones transversales relacionadas con la reorganización de los centros, la habilitación de los edificios, la coordinación y los procesos de participación de las comunidades educativas, la comunicación y la educación para la salud. De ninguna manera podía concebirse como un documento cerrado y, de hecho, su contenido fue sufriendo modificaciones de acuerdo con el transcurrir del proceso eruptivo. Las direcciones de cada centro, como referentes para la gestión de las actuaciones recogidas en este plan, debían hacer un seguimiento continuo de su contenido, a través de la página web de la Consejería de Educación.
Consultar el índice de calidad del aire (ICA) a partir de la información que proporcionaba el MITECO se convirtió en una tarea cotidiana de la actividad docente. Nos acostumbramos a escuchar en las noticias o leer en la prensa que las condiciones del aire en La Palma eran muy cambiantes y, en muchas ocasiones, extraordinariamente desfavorables. Oímos cómo tuvieron que llevar a cabo hasta 6 confinamientos de población en días diferentes. Todo esto se vivía con inquietud en los colegios e institutos, que veían condicionada su actividad lectiva, mientras se intentaba normalizar la vida e implementar los respectivos proyectos educativos.
Cada centro debía disponer de una sala de aislamiento/observación, con el mayor grado de preservación posible respecto al aire exterior, para proteger a población vulnerable ante problemas de carácter respiratorio, si se daba la necesidad. Se recomendaba que las ventanas y puertas estuvieran siempre cerradas y se debía asegurar el aislamiento por todos los medios físicos necesarios, sellando el marco de las ventanas, sin olvidar las medidas que debían observarse también para protegerse contra la COVID. Algunos días se prohibía la actividad al aire libre y el alumnado debía permanecer en el interior de las aulas, sin escapar al ruido permanente con el que el volcán se manifestaba, ofreciendo una obligada lección de geología que no llegaba a su fin.
Las comunidades educativas tenían que tener en cuenta unas tablas de ponderación entre el protocolo COVID-19 y el plan de actuación según el nivel de riesgo derivado del índice de calidad del aire. Y así lo hicieron, y de esta manera vivieron todo el tiempo que ha durado la emergencia volcánica, sin dejar de educar, sin dejar de acompañar, sin dejar de estar presente en las necesidades del alumnado de La Palma.
Se tuvieron que reorganizar las rutas de transporte escolar y los comedores escolares, puesto que el volcán se tragaba kilómetros de carreteras y separaba lo que siempre había estado cerca, trastocando las referencias espaciales de la población. Fuimos testigos de cómo la dinámica humana histórica que había generado una configuración del territorio determinada se veía profundamente alterada por el impacto incesante de la actividad volcánica sobre las vías de comunicación. Los escolares de la zona afectada asistían a la desaparición progresiva de sus lugares de juego, sus espacios de reunión y el camino al cole.
La lluvia de ceniza era una constante cada día, lo sepultaba todo bajo un manto oscuro y obviamente no respetaba los centros educativos. Se barrió ceniza en muchas de las islas, pero en La Palma se libró con ella una batalla permanente. Hubo que ampliar y reforzar los contratos de limpieza de los centros para poder tenerlos a punto cada día.
Siento admiración por las comunidades educativas de los municipios afectados y me conmueve comprobar cómo lucharon para seguir desarrollando los procesos de aprendizaje. La sensibilidad y la empatía del profesorado se manifestaron como competencias profesionales básicas. Es el caso del claustro de uno de los colegios que destruyó la lava: 19 docentes, durante 6 días trabajaron de manera incansable para ofrecer a su alumnado un nuevo espacio educativo, cuidando con esmero los nexos emocionales con el colegio perdido. Por ello trataron como tesoros los murales, las libretas personalizadas de los niños y las niñas, los juguetes, etc., que no dudaron en evacuar, para salvar de las lavas, como enlaces con una realidad que desaparecía irremediablemente. Esta es solo una historia, estoy seguro que como esta hay muchas más.
Los equipos de Orientación educativa y Psicopedagógicos (EOEP) de los municipios afectados por el volcán han tenido un protagonismo importante durante todo este tiempo. No podemos dejar en el tintero que son referentes fundamentales en el trabajo de las emociones y no han cesado de analizar, valorar e intentar reconducir positivamente la gestión de las secuelas emocionales que la emergencia volcánica ha dejado en el alumnado y en sus familias. No olvidemos que La Comunidad Autónoma de Canarias ha destacado por la importancia otorgada a la educación emocional en los currículos de la Educación obligatoria con la creación de dos asignaturas de libre configuración, una en Primaria y otra Secundaria, dirigida a tal fin. La realidad se impone demostrando que son básicas para vivir.
Desconozco qué pasará a partir de ahora en las escuelas. La experiencia acumulada es ingente y su potencial transformador de la práctica educativa también, si se canaliza la reflexión oportuna. ¿Volveremos a olvidar qué significa vivir a la sombra del volcán o, por el contrario, seremos capaces de incorporar esta realidad a nuestra conciencia colectiva? La educación en Canarias tiene un reto ante sí extraordinario y apasionante. Un desafío que implica contribuir a la reubicación de la población en la comprensión significativa de su propio territorio. El tiempo geológico no es el tiempo humano, pero la tierra no está dormida. Aprender esto nos hará menos vulnerables