DYLE Nº9

Editorial
Emilio J. Veiga Río
Psicopedagogo. Director CFR A Coruña. Expresidente FEAE
«De la ignorancia viene el miedo, del miedo viene la violencia. La educación es la llave de la aceptación”
Kathlenn Patel
Había una preocupación al inicio del curso escolar sobre lo que podría suponer la vuelta presencial a las aulas de todos los niveles educativos, respecto a un tema tan preocupante como el acoso y ciberacoso. De hecho, se ha escrito bastante, sobre todo en los medios de comunicación, sobre el efecto de “la desescolarización” y su influencia sobre todo en el ciberacoso.
Debido al confinamiento, una buena parte del profesorado que estaba acostumbrado al trabajo presencial, a conocer de primera mano las relaciones entre su alumnado y a darles respuesta educativa, tuvo que acostumbrarse a trabajar solamente de manera virtual, un medio nuevo y hostil, de alguna manera. El hecho de que el profesorado tuviese dificultades para realizar su intervención educativa en este nuevo medio virtual, nos lleva a pensar que durante el confinamiento que se produjo a partir de marzo de 2020, aparecieron situaciones de ciberacoso, muchas de los cuales, con probabilidad permanecieron ocultas a los ojos de los educadores. Los aprendices no son capaces de hacer paréntesis en su realidad, con independencia de que sea presencial o virtual.
El temor a los que podría suceder en septiembre, en la vuelta a las aulas, era evidente. De hecho, muchas Comunidades Autónomas prepararon programas de ayuda para que el profesorado trabajase con su alumnado los aspectos socioemocionales, el encuentro y la cohesión grupal, para el inicio del presente curso escolar 2020-2021.
También a principios de septiembre se presentó un estudio de la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña en el que su director, Benjamín Ballesteros, mostraba su preocupación sobre la vuelta al colegio y señalaba que había que estar especialmente alerta y prestar atención a los alumnos “con problemas emocionales previos o que han sufrido acoso escolar” en algún momento. Asimismo, apuntaba la importancia de la intervención de las familias: “que los padres y docentes dialoguen especialmente con ellos, que aúnen esfuerzos”. De hecho, un 54,3% de los profesores encuestados creen que los padres pueden también contribuir a reducir el acoso dialogando y mostrando interés por sus hijos, y un 43% propone que se les inculque desde casa valores de respeto y empatía.
Son múltiples los programas educativos que se han implementado en los centros educativos en estos últimos años: Programa Kiva, Zero, Be-Prox, Espacios por la Paz, Tei… Creemos que es éste un tema de gran preocupación social, sobre el que se trabaja mucho y que requiere de múltiples esfuerzos, dentro y fuera de la comunidad escolar, que refleja los síntomas, la punta del iceberg de una sociedad demasiado crispada, demasiado acelerada y también demasiado desconcertada, que no percibe que en algunas ocasiones las relaciones entre los alumnos comienzan a darse por medio de reglas trucadas, en las que uno se impone al otro y lo utiliza para su propio beneficio.
A lo largo de toda la escolaridad, el alumnado, profesorado, familias y sociedad en general debería trabajar en la idea de la tolerancia cero, con el fin de prevenir y detectar todos los posibles casos, incidiendo en la importancia de no mirar hacia otro lado, y enfrentarse a la realidad con criterio. Es importante tomar conciencia y formarse en la gestión del acoso para conseguir su erradicación.
El acoso escolar atenta contra la dignidad del niño y sus derechos fundamentales (art. 10.1 CE). En particular, la dignidad de la persona, pero también, con su libertad personal, su integridad física y moral, su intimidad, su honor, entre otros valores constitucionalmente protegidos. No debe tener cabida en nuestras aulas ni en nuestro sistema educativo, que tienen como objetivo lograr que el buen trato y el cuidado mutuos sean las formas de relación entre los aprendices