DYLE Nº 24

Plan Estratégico para el Desarrollo Intergeneracional en Extremadura (PIEX) Intergeneracionalidad y educación
Ignacio Chato Gonzalo
Universidad de Zaragoza
La realidad demográfica de hoy y la que se proyecta en el futuro próximo va a determinar el destino de la educación en los próximos años. Los bajos índices de fecundidad y de natalidad están marcando una tendencia descendente en la matriculación, que empezó en los niveles de Infantil y Primaria y que ya va alcanzando a la Secundaria. Una tendencia que, lejos de variar, tiende a mantenerse y a extenderse al resto de niveles educativos, que en unos años empezará también a notarse en los estudios universitarios. Y aunque esta realidad se está mostrando antes y más intensamente en la España interior y en las zonas rurales, sus síntomas ya empiezan también a percibirse en las áreas más dinámicas y pobladas. Un fenómeno completamente nuevo en nuestro país, acostumbrado a atender una demanda siempre en ascenso y a resolver los problemas de congestión de los centros educativos y de saturación de las aulas. Ahora el problema es otro y, aunque parezca lo contrario, más complejo y difícil de resolver.
El reverso de la situación demográfica viene dado por el incremento de la esperanza de vida y el aumento porcentual de personas mayores, propio de sociedades avanzadas y envejecidas, que en nuestro caso viene experimentando un singular aumento con la llegada de la generación del Baby Boom a las cohortes de edad por encima de los 60 años. Se trata de uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos por las múltiples repercusiones que derivan de este desequilibrio poblacional, que ya identificamos como el Reto Demográfico, pero abre nuevas vías para explorar soluciones alternativas que den respuestas comunes a problemas que parecen separados. Y el de la educación puede y debe ser uno de ellos.
La percepción que tenemos de las personas mayores mantiene todavía una mirada tremendamente estereotipada, que reproduce los prejuicios sólidamente instalados en torno al envejecimiento y la senescencia. La longevidad, la naturaleza multigeneracional de este amplio espacio etario, cada vez más heterogéneo y diverso, y el concepto de “juvenescencia” que aporta la nueva generación de mayores, están marcando las nuevas dimensiones de un mundo más abierto y complejo, que tiene todavía que vencer las visiones negativas y “edadistas” que se mantienen sobre la vejez. Pero para ello se hace preciso, primero, tomar conciencia de la gravedad de las consecuencias de esta gerontofobia social y cultural, que ha derivado en la segregación generacional y en actitudes claramente discriminatorias hacia las personas mayores. Y, en segundo lugar, constatar que este fenómeno, relativamente reciente, de poco más de medio siglo, ha sido generado a raíz de la progresiva pérdida y debilitamiento de los vínculos intergeneracionales y la desaparición de los espacios de encuentro e interacción entre personas de distintas generaciones.
Poner en el centro de atención la intergeneracionalidad resulta clave, pues no solo nos permite un diagnóstico desde el que tratar problemas sociales acuciantes como la segregación etaria, la discriminación generacional e incluso la soledad no deseada (más intensamente percibida, aunque parezca lo contrario, en jóvenes que en mayores), sino que nos ofrece un nuevo conjunto de soluciones con las que diseñar nuevas respuestas a estos graves desafíos sociodemográficos. Se trata, por tanto, de incorporar una nueva perspectiva en las políticas públicas que han venido desarrollándose en la materialización de nuestro estado de bienestar, que han incorporado un marcado sesgo etario, institucionalizando la separación por edades, tanto en la definición de los servicios y de los usuarios como en su proyección en los espacios públicos. Un nuevo paradigma desde el que cuestionar determinados fundamentos e inercias que las administraciones públicas han mantenido a lo largo del tiempo, que en su origen tuvo un bienintencionado afán por especializar la atención ante las necesidades de determinados colectivos, pero que han contribuido a acelerar e intensificar el proceso de segregación generacional. Y es esto, precisamente, lo que se hace necesario replantear. Extremadura es la primera comunidad autónoma en la que se ha diseñado un plan estratégico (el PIEX, el Plan Intergeneracional de Extremadura) en el que se marcan los retos que hay que afrontar y las líneas de acción que acometer, en todos los ámbitos y sectores de la administración pública, a través del paradigma intergeneracional.
El de la educación constituye, sin duda, un espacio de singular importancia desde el punto de vista intergeneracional. Los servicios educativos han mantenido desde su institucionalización un marcado y evidente carácter inicial y preparatorio, orientados a la población infantil y juvenil hasta su incorporación al ámbito laboral. La población adulta apenas ha sido considerada usuaria de los servicios educativos públicos, que a excepción de aquellas actuaciones dirigidas a la alfabetización y a la empleabilidad de determinados colectivos, se ha encontrado ajena de un derecho a la educación que jamás se concibió más allá del estado de juventud. El principio de formación permanente se delegó al ámbito laboral y bajo la responsabilidad de las empresas, que han primado sobre cualquier otro principio educativo el rendimiento de los trabajadores y su actualización profesional. Solo en los últimos años, en línea con las propuestas de la gerontología, que han promovido la ejecución de los principios de envejecimiento activo y de desarrollo de la autonomía personal en el ámbito de las personas mayores, se ha ido estableciendo una nueva oferta educativa orientada a la población sénior.
Sin entrar a valorar el alcance, los objetivos, la actividad académica y educativa de los programas que se han ido generando, especialmente por parte de los servicios sociales -por medio de los centros de mayores-, ayuntamientos, universidades populares y asociaciones diversas, además de las propias universidades -a través de las llamadas universidades de mayores, abiertas o de la experiencia-, lo cierto es que este movimiento ha logrado identificar a las personas adultas como usuarias de determinados servicios educativos. Este fenómeno, que sigue yendo en ascenso, con un incremento acelerado de matrículas, revela los intereses y las necesidades de las generaciones que forman la llamada “nueva longevidad”, que tratan así de responder a los nuevos desafíos a los que se enfrentan, también ellas, en este siglo XXI.
Nos venimos así a encontrar con este doble reto en el ámbito educativo: el despoblamiento infantil y juvenil, desde las escuelas de infantil y primaria y centros de secundaria hasta la propia universidad, por un lado, y, por otro, el constante incremento de la demanda educativa de una población mayor cada vez más numerosa. Dos realidades que, hasta ahora, se han contemplado de una manera separada, pero que precisan afrontarse de una forma indisociable, que dé una respuesta común a dos problemas aparentemente distintos y escasamente conectados. Está claro que poder disponer de las actuales redes de centros escolares de todo el territorio español, con espacios y recursos educativos disponibles, ofrece una doble solución tremendamente rentable, evitando el cierre o la reducción de plantilla de escuelas e institutos, especialmente en zonas rurales más despobladas, y atendiendo, a la vez, las necesidades educativas de las personas mayores en toda la extensión geográfica del país. Lo mismo ocurre con las universidades, que ya sufren los envites de la competencia en algunos de sus distritos universitarios y ven cómo se vacían algunos de sus grados y facultades, mientras buscan espacios y ponen límites a la matrícula creciente de adultos mayores que quieren entrar en sus aulas.




Pero no solo es una cuestión de rentabilidad y de sostenibilidad de los servicios educativos actuales, además de un modo de atender con más eficacia y calidad la demanda de formación de la población mayor, que aún precisa de ampliación a través de campañas institucionales que la promuevan. Se trata de incorporar el paradigma intergeneracional a nivel institucional, asumir la necesidad de establecer escenarios de encuentro e interacción entre distintas generaciones y actuar frente a la segregación generacional, en este caso, de los espacios y servicios educativos. Pero además de actuar para favorecer una mayor cohesión social, la intergeneracionalidad ofrece un tremendo potencial para el ejercicio y desarrollo de distintas dimensiones competenciales, tanto para el alumnado infantil como juvenil: el acercamiento y conocimiento del ciclo vital en todas sus perspectivas y el contacto frecuente con personas de distintas edades y generaciones; el desarrollo de habilidades y destrezas asociadas al contexto de relaciones y para el desarrollo personal y emocional; la aproximación directa al patrimonio cultural a través de sus depositarios y transmisores, así como el disponer de fuentes vivas y experiencias propias relacionadas con la memoria democrática; las posibilidades de mediación, orientación, acompañamiento, tutela y seguimiento, de orientación académica y profesional, así como de mejora de la convivencia; la introducción al mundo de los cuidados, de la participación social y de las relaciones comunitarias; el presenciar otros modelos de conducta, de valores y actitudes, así como el disponer de otros repositorios diferentes y alternativos de habilidades, estrategias y destrezas. En fin, el contar con un nuevo recurso educativo de primera magnitud gracias a la presencia y participación de las personas mayores en los centros escolares y universitarios.




Múltiples son también los beneficios que las personas mayores obtienen de estos espacios educativos comunes, más allá de los derivados de los cambios en la percepción estereotipada y prejuiciosa, que favorece la funcionalidad, el sentimiento de utilidad, el protagonismo social, la participación y el liderazgo, además de promover la socialización y la inclusión y de prevenir el aislamiento y la soledad. También las destrezas, habilidades y procesos que deben ejercitar y adquirir en el nuevo contexto de aprendizaje a lo largo del ciclo vital, conforme a un conjunto de competencias que, desgraciadamente, todavía tienen una vaga definición. Todo ello en programas que pongan el centro de atención tanto al alumnado joven como al alumnado sénior, nada que ver con los habituales marcos educativos, como los de las universidades de mayores, que poco se centran en sus intereses y necesidades y que, metodológicamente, apenas se ocupan de competencia alguna.
Pues bien, esta nueva senda, que en otros países ya viene transitándose en torno a los Centros Intergeneraconales y que en España cuenta con escasos ejemplos, como el Centro de Referencia Intergeneacional de Macrosad en Albolote (Granada), se ha venido a desbrozar a través de los distintos Programas Intergeneracionales que vienen desarrollándose en los centros educativos, en colaboración con diversas entidades de personas mayores. Estos programas, que constituyen los primeros pasos en este ámbito de la intergeneracionalidad, generan los espacios de encuentro e interacción frecuente e intencionada entre las personas mayores y el alumnado de diferentes niveles educativos. En un segundo nivel, implica la incorporación regular de las personas mayores a los centros escolares, normalizando su presencia y participando progresivamente en las actividades curriculares. Para avanzar en esta dirección, se necesita la apuesta decidida de las administraciones educativas, que favorezcan y alienten el desarrollo de estas iniciativas. También en este ámbito Extremadura es una comunidad pionera, promoviendo desde la Consejería de Educación el desarrollo de programas intergeneracionales desde hace ya una década y, desde el curso pasado, formalizando una primera red de centros educativos que los llevan a cabo. Aunque queda mucho por andar, el camino ya está trazado.